Friday, 17 de May de 2024


+ NYT: esconder los desmentidos + Nota sobre Sedena, una volada




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Al viejo estilo de tirar la piedra y esconder la mano, el The New York Times colocó en primera plana la nota de sus corresponsales sobre el veto de la Casa Blanca al general Moisés García Ochoa, pero se cuidó de no publicar el claro y contundente desmentido del embajador Anthony Wayne.  

 

Con esa decisión, el NYT violó todos sus códigos de ética, sobre todo porque el Departamento estadunidense de Estado, la Secretaría mexicana de Gobernación y el embajador de los EU en México desmintieron todos los argumentos de los reporteros Ginger Thompson, Randal C. Archibold y Eric Schmitt; los editores colocaron el desmentido sólo en la página web.

 

 

Sin embargo, la “revelación” de los reporteros fue contundente, aunque sin dar ninguna fuente concreta, en el entendido que en el periodismo norteamericano, desde los tiempos de Watergate en los setenta, las revelaciones sin fuente acreditable deberían estar confirmadas por dos fuentes identificables aunque sin publicar sus nombres. Por eso vale preguntar: ¿quiénes embarcaron al Times con la nota sobre el general García Ochoa?

 

 

En la edición del martes 5 de febrero, la decisión editorial colocó la nota sobre cómo “la mano de los Estados Unidos” bloqueó la posible designación del general García Ochoa como secretario de la Defensa Nacional del gabinete del presidente Peña Nieto. Por la “importancia” del texto, esa información logró nada menos que tres columnas en primera plana.

 

 

El desmentido del Departamento de Estado y de la Secretaría de Gobernación, en cambio, fue ignorado por el diario, pero el también desmentido de la embajada de los EU en México del viernes 15 --diez días después-- tuvo que ser registrado aunque nada más en la información de la página web del sábado 16. Sin embargo, la edición impresa del sábado 16 no publicó la información del desmentido redactada por Ginger Thompson, la reportera que operó como la redactora principal de la denuncia del 5.

 

 

Para evitar notas voladas --sin fuente y sin comprobación-- los compromisos éticos del NYT se habían endurecido a raíz de la crisis en 2003 con el reportero Jayson Blair, acusado de plagio e invención en sus notas y reportajes, lo que provocó la caída del director del diario, Howell Raines. En junio de 2005, su sucesor Bill Keller publicó en el diario un documento de reafirmación de la conducta ética del periódico conocido como “la Dama Gris”. Ahí recalcó:

 

 

“El Times tiene dos ventajas que nos distinguen y nos dan autoridad a los ojos de los lectores más exigentes: tenemos el mejor equipo periodístico del mundo y tenemos un código de normas profesionales --grados de exactitud, juicio imparcial, rectitud y rendición de cuentas-- que nos tomamos muy en serio”.

 

 

En la nota de Thompson, Archibold y Schmitt se violaron esas cuatro normas profesionales, con el hecho agravante de que la negativa a publicar la nota de desmentido en la primera plana por la importancia de la información desacreditada también constituyó un incumplimiento de las normas éticas, sobre todo porque la aclaración del embajador Wayne fue contundente al negar toda la información sin fuente sobre la que los reporteros basaron su información.

 

 

Noes la primera vez que ocurre. En 1997 el equipo de reporteros Tim Golden, Julia Preston, Craig Pyes, Sam Dillon y Steve Engelberg publicaron una serie de reportajes sobre el narco en México. La información del 23 de febrero, firmada por Sam Dillon, y Craig Pyes acusaba al entonces gobernador de Sonora, Manlio Fabio Beltrones, de “colaborar” con el narcotráfico, acreditando el dato a “funcionarios americanos y de inteligencia”.

 

 

Beltrones inició un proceso de desmentido que puso al Times contra la pared porque Dillon y Pyes no pudieron acreditar la veracidad de sus acusaciones. Ante la posibilidad de una demanda penal, el Times se vio obligado a publicar el desmentido de Beltrones contra sus reporteros pero en la sección de cartas --la nota original había sido en primera plana--, aunque con un titular que fue negativo para Dillon y Pyes: “funcionario mexicano no tiene nexos con traficante de drogas”. Pese a ello, los dos recibieron el premio Pulitzer en 1998 justamente por esos trabajos, entre los cuales uno obligó al Times a aceptar su carencia de veracidad.

 

 

En 1997, el entonces jefe de corresponsales del Times era Andrew Rosenthal y dedicó todo su esfuerzo a apoyar a los reporteros pese al escándalo de su notas y a la falta de fuentes en su contenido; el hoy jefe de corresponsales Joe Khan tenía la obligación profesional de haber incluido la nota de desmentido sobre el caso de Sedena en la edición impresa y en la primera plana. Pero los estándares de rigor profesional del periódico neoyorkino, que se promueve como el de mayor credibilidad, se manipularon para esconder una volada periodística.

 

 

Desde Watergate los periódicos estadunidenses se aprovecharon del anonimato de las fuentes para difundir denuncias graves, pero con estrictos controles internos, como revela el libro del The Washington Post: De la prensa, por la prensa y para la prensa (y algo más). El Times siempre ha tenido problemas con reportes carentes de fuentes y por tanto de veracidad.

 

 

El efecto negativo de la información que en México provocó críticas contra el gobierno de México, contra el ejército y contra la Casa Blanca fue menor a la vergüenza de los reporteros del Times de carecer de una respuesta a los desmentidos del Departamento de Estado, Gobernación y la embajada de Washington en México. Causaron el daño y se quedaron muy campantes.

 

 

Sólo quedaría que en un afán de honestidad y ética la public editor del Times o encargada de analizar los errores del diario, Margaret Sullivan, decida limpiar el tiradero profesional en torno a la nota sobre México, aunque para ello se le deben enviar cartas de queja al correo: public@nytimes.com. Pero difícilmente el diario se atrevería a criticar a sus reporteros, por mucha ética que se invoque.

 

 

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